montaña - 1967
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| @ - (1967) C.D.FORTUNA - HISTORIAS DE MONTAÑADesaparecidas las secciones de mayor peso deporti-vo del club, el Fortuna se convirtió casi de forma exclusiva en un club de montaña y buscó en los cami-nos que llevaban a las cumbres el aire de deporte puro que la juventud percibia politica y culturalmente asfixiante a nivel del mar. Las montañas próximas eran los objetivos más habituales de las excursiones, pero las comunicaciones estaban mejorando, los coches particulares se popularizaban y cada vez se sentian más próximos otros macizos como Picos de Europa, Pirineos o incluso los Alpes.De la isla al Mont BlancEn el atipico entorno de la Isla de Santa Clara, en medio de la bahia donostiarra, un domingo de verano de 1966 surgió el proyecto de unos fortunistas para ascender al año siguiente a la cumbre del Mont Blanc.Y alli mismo, respirando la brisa marina, sobre una de las mesas de madera en torno a las que habitualmen te se reunían los dias festivos de verano, se pergeña-ron los primeros planes para que al año siguiente pudieran pasar del nivel del mar hasta la cima más alta de los Alpes.Tras dedicarse a partir del invierno a recorrer con asi-duidad las cumbres del Pirineo para habituarse a la altitud y al hielo, en la tarde del 13 de agosto de 1967 los expedicionarios partieron de Hendaia con rumbo a Chamonix.Los conjurados para la aventura eran Luis García, José Ángel Gil, Rafael Ormazabal, Juantxo Irureta, Andrés Alonso, Iñaki Gaztelu y José Mari Agote.Al mediodía del dia siguiente pisaban el andén de la estación de Chamonix. Eran los primeros fortunistas que llegaban a la capital de los Alpes franceses. Sobre sus cabezas, una muralla gigantesca de agujas de granito dentaba un cielo gris y lejano. Bajaron hacia la plaza. Desde alli, junto al monumento dedica-do a Balmat y Saussure, primeros ascensionistas del techo alpino, pudieron ya contemplar en la lejanía la cabeza blanca y redondeada de la cima del Mont Blanc, que pretendian alcanzar.Se fueron a alojar a la Casa de la Montaña, el refugio más popular de los alpinistas en Chamonix. Tras com-pletar alguna pequeña ascensión en las cercanías del valle, cada tarde acudian a consultar el barómetro del despacho de los guías. Alli comprobaban con frustra-ción que, al día siguiente tampoco haria bueno como para intentar el ascenso.Transcurrieron así algunas jornadas de tensa espera hasta que se decidieron a partir hacia el refugio de Tête Rousse. "Nos quedamos alli durante dos días bloquea-dos por la nieve. El refugio estaba lleno de gente y tuvi-mos que dormir en el suelo. Pero nos estábamos que-dando sin comida y, tras echarlo a suertes, tres compañeros tuvieron que regresar a Chamonix para comprar más suministros", recuerda Iñaki Gaztelu.Cuando el tiempo mejoró, pudieron acometer el ascenso de la arista que llevaba al refugio de Gouter. Su interior se encontraba también desbordado de alpinistas. Estaban ya a 3.835 m y la altitud empezaba a hacer sus efectos. "A algunos les dolía la cabeza y nos tomamos algún analgésico para aliviar los sinto-mas". Desde este mirador, los montañeros donostia-rras pudieron contemplar una de las puestas de sol más hermosas que recordaban.A las tres de la mañana, el guarda los despertó a todos. Era el momento esperado de salir hacia la cumbre. "Partimos los últimos de una larga fila de montañeros. El día estaba estupendo", evoca Gaz-telu.Cuando llegaron al emplazamiento del refugio de Vallot, hacía tiempo que había amanecido en las altu-ras. Estaban superando por primera vez la barrera de los cuatro mil metros. "Algunos del grupo se encon-traban algo afectados por la altura, pero continuamos todos juntos hacia la cumbre".Siguiendo la huella trazada por la hilera de hormigas que los precedian, superaron las afiladas crestas de Les Bosses. La cumbre estaba ya cercana, esperan-doles al final de una pendiente helada que parecía no acabar nunca.Eran las 7 de la mañana del 19 de agosto de 1967, cuando los siete compañeros se convertian en los pri-meros montañeros del Fortuna que alcanzaban los 4.810 metros de la cumbre más alta de los Alpes.Marcharon días después a Zermatt. Alli estaba el Cer-vino, irguiéndose como un desafio mineral ante sus ojos. Pero intentar su escalada se les antojó un reto que superaba sus posibilidades. Algunos de ellos optaron por ascender al más sencillo Breithorn, de 4.164 metros, y al cercano Pequeño Cervino. Bajaron después a Zermatt y cogieron el tren para regresar a casa. Tenian por delante un largo viaje y muchas cosas que contar. |
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